lunes, 22 de octubre de 2012

Cartas del vidente


De Arthur Rimbaud a Georges Izambard
Charleville, [13] mayo 1871

Estimado señor:
Ya está usted otra vez de profesor. Nos debemos a la sociedad, me tiene usted dicho: forma usted parte del cuerpo docente: anda por el buen carril. — También yo me aplico este principio: hago, con todo cinismo, que me mantengan; estoy desenterrando antiguos imbéciles del colegio: les suelto todo lo bobo, sucio, malo, de palabra o de obra, que soy capaz de inventarme: me pagan en cervezas y en vinos. Stat mater dolorosa, dum pendet filius, — Me debo a la Sociedad, eso es cierto; — y soy yo quien tiene razón. Usted también la tiene, hoy por hoy. En el fondo, usted no ve más que poesía subjetiva en este principio suyo: su obstinación en reincorporarse al establo universitario —¡perdón!— así lo demuestra. Pero no por ella dejará de terminar como uno de esos satisfechos que no han hecho nada, porque nada quisieron hacer. Eso sin tener en cuenta que su poesía subjetiva siempre será horriblemente sosa. Un día, así lo espero, — y otros muchos esperan lo mismo —, veré en ese principio suyo la poesía objetiva: ¡la veré más sinceramente de lo que usted sería capaz! Seré un trabajador: tal es la idea que me frena, cuando las cóleras locas me empujan hacia la batalla de París —¡donde, no obstante, tantos trabajadores siguen muriendo mientras yo le escribo a usted! Trabajar ahora, eso nunca jamás; estoy en huelga. Por el momento, lo que hago es encanallarme todo lo posible. ¿Por qué? Quiero ser poeta y me estoy esforzando en hacerme Vidente: ni va usted a comprender nada, ni apenas si yo sabré expresárselo. Ello consiste en alcanzar lo desconocido por el desarreglo de todos los sentidos. Los padecimientos son enormes, pero hay que ser fuerte, que haber nacido poeta, y yo me he dado cuenta de que soy poeta. No es en modo alguno culpa mía. Nos equivocamos al decir: yo pienso: deberíamos decir me piensan. — Perdón por el juego de palabras.
YO es otro. Tanto peor para la madera que se descubre violín, ¡y mofa contra los inconscientes, que pontifican sobre lo que ignoran por completo!
Usted para mí no es Docente. Le regalo esto: ¿puede calificarse de sátira, como usted diría? ¿Puede calificarse de poesía?
Es fantasía, siempre. — Pero, se lo suplico, no subraye ni con lápiz, ni demasiado con el pensamiento.


   

Para conocer más sobre la obra de Rimbaud.


El durmiente del valle


Un rincón de verdor donde un arroyo canta
Emperchando a lo loco en la yerba rasgones
De plata; donde el sol, desde altiva montaña,
Reluce, un vallecito que hace espumas de luces.

Boquiabierto, un soldado joven con la cabeza
Descubierta y la nuca bañada en berro azul,
Duerme; está tendido en la hierba, bajo nube;
Pálido en verde lecho donde llueve la luz.

Con los pies en los lirios, duerme. Sonriendo como
Lo haría un niño enfermo, duerme un momento.
Natura mécelo cálidamente. Tiene frío.

Ya no agitan perfume las ventanas
De su nariz; al sol duerme, la mano al pecho.
Tranquilo. En su costado tiene dos hoyos rojos.
     
                                                   



Para conocer más de la obra de Rimbaud.

Mi Bohemia


Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos...
mi chaleco también se volvía ideal, 
andando, al cielo raso, ¡Musa, te era tan fiel! 
¡cuántos grandes amores, ay ay ay, me he soñado!

Mi único pantalón era un enorme siete. 
––Pulgarcito que sueña, desgranaba a mi paso
rimas Y mi posada era la Osa Mayor.
––Mis estrellas temblaban con un dulce frufrú.

Y yo las escuchaba, al borde del camino 
cuando caen las tardes de septiembre, sintiendo 
el rocío en mi frente, como un vino de vida.

Y rimando, perdido, por las sombras fantásticas, 
tensaba los cordones, como si fueran liras, 
de mis zapatos rotos, junto a mi corazón.

                               
                                                   


Soneto de las vocales



A negra, E blanca, I roja, U verde, O azul: vocales,
algún día diré vuestro origen secreto;
A, negro corsé velludo de moscas relucientes
que se agitan en torno de fetideces crueles,
golfos de sombra; E, candor de nieblas y de tiendas,
lanzas de glaciar fiero, reyes blancos, escalofríos de umbelas;
I, púrpura, sangre, esputo, reír de labios bellos
en cóleras terribles o embriagueces sensuales;
U, ciclos, vibraciones divinas de los mares verduscos,
paz de campo sembrado de animales, paz de arrugas
que la alquimia imprimió en las frentes profundas;
O, supremo clarín de estridencias extrañas,
silencio atravesado de Ángeles y de Mundos;
O, la Omega, el reflejo violeta de sus Ojos.

                                               


Manuscrito de Rimbaud de Soneto de las vocales
Imagen: Wikimedia





El barco ebrio (1871)



Mientras descendía por Ríos impasibles,
sentí que los remolcadores dejaban de guiarme:
Los Pieles Rojas gritones los tomaron por blancos,
clavándolos desnudos en postes de colores.

No me importaba el cargamento,
fuera trigo flamenco o algodón inglés.
Cuando terminó el lío de los remolcadores,
los Ríos me dejaron descender donde quisiera.

En los furiosos chapoteos de las mareas,
yo, el otro invierno, más sordo que los cerebros de los niños,
¡corrí! y las Penínsulas desamarradas
jamás han tolerado juicio más triunfal.

La tempestad bendijo mis desvelos marítimos,
más liviano que un corcho dancé sobre las olas
llamadas eternas arrolladoras de víctimas,
¡diez noches, sin extrañar el ojo idiota de los faros!

Más dulce que a los niños las manzanas ácidas,
el agua verde penetró mi casco de abeto
y las manchas de vinos azules y de vómitos
me lavó, dispersando mi timón y mi ancla.

Y desde entonces, me bañé en el poema
de la mar, lleno de estrellas, y latescente,
devorando los azules verdosos; donde, flotando
pálido y satisfecho, un ahogado pensativo desciende;

¡donde, tiñendo de un golpe las azulidades, delirios
y ritmos lentos bajo los destellos del día,
más fuertes que el alcohol, más amplios que nuestras liras,
fermentaban las amargas rojeces del amor!

Yo sé de los cielos que estallan en rayos, y de las trombas
y de las resacas y de las corrientes:
¡yo sé de la tarde, del alba exaltada como un pueblo de palomas,
y he visto alguna vez, eso que el hombre ha creído ver!

¡Yo he visto el sol caído, manchado de místicos horrores.
iluminando los largos flecos violetas,
parecidas a los actores de dramas muy antiguos
las olas meciendo a lo lejos sus temblores de moaré!

¡Yo soñé la noche verde de las nieves deslumbrantes,
besos que suben de los ojos de los mares con lentitud,
la circulación de las savias inauditas,
y el despertar amarillo y azul de los fósforos cantores!

¡Yo seguí, durante meses, imitando a los ganados
enloquecidos, las olas en el asalto de los arrecifes,
sin pensar que los pies luminosos de las Marías
pudiesen frenar el morro de los Océanos asmáticos!

¡Yo embestí, sabed, las increíbles Floridas
mezclando las flores de los ojos de las panteras con la piel
de los hombres! ¡Los arcos iris tendidos como riendas
bajo el horizonte de los mares, en los glaucos rebaños!

¡Yo he visto fermentar los enormes pantanos, trampas
en las que se pudre en los juncos todo un Leviatán;
los derrumbes de las aguas en medio de la calma,
y las lejanías abismales caer en cataratas!

¡Glaciares, soles de plata, olas perladas, cielos de brasas!
naufragios odiosos en el fondo de golfos oscuros
donde serpientes gigantes devoradas por alimañas
caen, de los árboles torcidos, con negros perfumes!

Yo hubiera querido enseñar a los niños esos dorados
de la ola azul, los peces de oro, los peces cantores.
Las espumas de las flores han bendecido mis vagabundeos
y vientos inefables me dieron sus alas por un momento.

A veces, mártir cansada de polos y de zonas,
la mar cuyo sollozo hizo mi balanceo más dulce
elevó hacia mí sus flores de sombra de ventosas amarillas
y yo permanecía, al igual que una mujer, de rodillas...

Casi isla, quitando de mis bordas las querellas
y los excrementos de los pájaros cantores de ojos rubios.
¡Y yo bogué, mientras atravesando mis frágiles cordajes
los ahogados descendían a dormir, reculando!

O yo, barco perdido bajo los cabellos de las algas,
arrojado por el huracán contra el éter sin pájaros,
yo, a quien los Monitores y los veleros del Hansa
no hubieran salvado la carcasa borracha de agua;

Libre, humeante, montado de brumas violetas,
yo, que agujereaba el cielo rojeante como una pared
que lleva, confitura exquisita para los buenos poetas,
líquenes de sol y flemas de azur;

Yo que corría, manchado de lúnulas eléctricas,
tabla loca, escoltada por hipocampos negros,
cuando los julios hacían caer a golpes de bastón
los cielos ultramarinos de las ardientes tolvas;

¡Yo que temblaba, sintiendo gemir a cincuenta leguas
el celo de los Behemots y los Maelstroms espesos,
eterno hilandero de las inmovilidades azules,
yo extraño la Europa de los viejos parapetos!

¡Yo he visto los archipiélagos siderales! y las islas
donde los cielos delirantes están abiertos al viajero:
¿Es en estas noches sin fondo en las que te duermes y te exilas,
millón de pájaros de oro, oh Vigor futuro?

¡Pero, de verdad, yo lloré demasiado! Las Albas son desoladoras,
toda luna es atroz y todo sol amargo:
El acre amor me ha hinchado de torpezas embriagadoras.
¡Oh que mi quilla estalle! ¡Oh que yo me hunda en la mar!

Si yo deseo un agua de Europa, es el charco
negro y frío donde, en el crepúsculo embalsamado
un niño en cuclillas colmado de tristezas, suelta
un barco frágil como una mariposa de mayo.

Yo no puedo más, bañado por vuestras languideces, oh olas,
arrancar su estela a los portadores de algodones,
ni atravesar el orgullo de las banderas y estandartes,
ni nadar bajo los ojos horribles de los pontones.

domingo, 21 de octubre de 2012

Su obra poética


Su obra poética más conocida fue la siguiente:

- Poesías (1863-1869): Algunos de los poemas más importantes de esta publicación fueron: El barco ebrio, Vocales, Mi Bohemia, El corazón atormentado, El durmiente del valle, Canción de la torre más alta o El hombre justo.

- Cartas del vidente (1871): Las Cartas del vidente es el nombre que se le atribuyen a dos cartas escritas por Arthur Rimbaud en mayo de 1871, en las que desarrollaba una dura crítica a la poesía occidental desde la antigüedad y defiende el surgimiento de una nueva razón poética.

La primera (y la más corta) de estas dos cartas fue escrita el 13 de mayo de 1871 y dirigida a Georges Izambard, el ex profesor de Rimbaud en Charleville.

La segunda carta del vidente fue remitida el 15 de mayo de 1871 al poeta Paul Demeny, a quien Rimbaud le confió unos meses antes una copia de sus poemas antes de publicarlos.

- Una temporada en el Infierno (1873): Es un largo poema en prosa escrito alrededor de 1873 por Arthur Rimbaud. Es la única obra publicada por Rimbaud personalmente, ya que la escribió para sí mismo. Recurrió a un impresor inglés para que le publicara cien copias de las cuales repartió unas seis entre sus amigos y el resto fueron dejadas en el sótano de la editorial. El resto de la edición fue encontrado a principios del Siglo XX por un crítico francés.

- Iluminaciones (1874): Es una colección de poemas en prosa del poeta francés Arthur Rimbaud, aparecida parcialmente en la revista literaria parisina La Vogue entre mayo y junio de 1886. El texto fue reimpreso en forma de libro en octubre de 1886 bajo el título Les Iluminations propuesto por el poeta Paul Verlaine, antiguo amigo y amante de Rimbaud.

Rimbaud escribió la mayoría de poemas de Las Iluminaciones durante su estadía en Inglaterra con Verlaine. La escritura de los textos siguió durante las peregrinaciones de Rimbaud en 1873 desde Londres, donde esperaba encontrar tranquilidad para escribir, a Charleville y Stuttgart en 1875.

- Cartas completas (1870-1891): En las primeras cartas, casi un adolescente, como poeta parnasiano, da la imagen de alguien que pervierte el lenguaje y que tienen voluntad literaria clara. Hasta su incidente con Paul Verlaine se observa una actitud festiva de la vida.
Luego, tras el abandono de su carrera, llegan los viajes exóticos y la vida como aventurero. Lo que marca este momento es la preocupación por el dinero.
Más adelante, llega su momento más melancólico y sus deseos de llegar a ser un hombre de provecho e, incluso, casado.
En su última etapa le preocupa su salud y ya intuye que morirá joven sin haber conseguido sus objetivos y sin saber que estaba ya inscrito en la historia de la literatura.

Los últimos años de su vida

File:Rimbaud in Harar.jpg
Imagen de Rimbaud en el año 1883. Fuente: http://remue.net/article.php?id_article=39


En el año 1875, para entonces Rimbaud ya había abandonado la escritura y había optado por una vida estable de trabajo, aburrido ya de su salvaje existencia anterior, según algunos han afirmado, o en razón de que había decidido volverse rico e independiente, para después poder ser un poeta y hombre de letras libre de penurias económicas, según especulan otros, continuó viajando extensamente por Europa, principalmente a pie.

En el verano de 1876, entró como soldado en el ejército holandés para viajar a la isla de Java (Indonesia), donde desertó rápidamente, regresando a Francia vía barco. Luego viajó a Chipre y, en 1880, se radicó finalmente en Adén (Yemen), como empleado de cierta importancia en la Agencia Bardey. Allí tuvo varias amantes nativas y por un tiempo vivió con una abisinia.

En 1884 dejó ese trabajo y se transformó en mercader en Harar, en la actual Etiopía. Hizo una pequeña fortuna como traficante de armas, hasta que en su rodilla derecha se desarrolló una dolencia que primero se diagnosticó como artritis y luego en una consulta posterior se le diagnosticó como carcinoma. Esta dolencia le forzó a regresar a Francia el 9 de mayo de 1891, donde días después le amputaron la pierna.
Finalmente, seis meses después, el 10 de noviembre de 1891, murió en Marsella, sur de Francia, a la edad de 37 años.


Para saber más de la vida de Arthur Rimbaud.
La relación Rimbaud-Verlaine.
Rimbaud, sinónimo de poesía desde adolescente.
Una infancia complicada.